Vuelvo a casa después de otra más obligada visita a la península y me encuentro que comparto avión con D. José Rodríguez Ramírez, editor y director del periódico El Día, uno de los próceres responsables de la manipulación mediática en Tenerife. Esta triste coincidencia termina por animarme a compartir unos sentimientos que, si toda la vida han formado parte de mi entorno familiar y social, últimamente me taladran la conciencia de manera permanente.
Nuestros abuelos plantaban árboles de cuyos frutos y sombra sabían a ciencia cierta ni ellos ni muy probablemente sus hijos iban a poder disfrutar. Los plantaban pensando en sus nietos, es más, en las nietas y nietos de otros, otros desconocidos; los plantaban sabiéndose autores de la generación de recursos para las gentes del mañana. Hoy, nosotros, nos encontramos inmersos en una suerte de espiral de consumo de efectos depredadores para el planeta. Estamos tomando prestados, seamos sinceros, estamos robando, los recursos que pertenecen a aquellas y aquellos que aún no han nacido, y que nacerán sin saber que han sido invitados a no-vivir en un mundo sin mundo, a atestiguar el ocaso de su propia especie.Clases políticas mediocres, empresarios especuladores, endiosados de la información y, al fin, el sistema de educación e información que “nos fabrica”, se ocupan diariamente de moldear nuestra opinión haciendo que nos parezca normal que estemos obsesionadas y obsesionados con crecer, con avanzar, con desarrollarnos, como la única manera posible de SER, y de SER FELICES. Nacemos, nos hacemos adolescentes, maduramos y morimos sin otro nítido horizonte, sin otra meta que la de ser felices a través del consumo. Y para consumir todo lo posible, no conocemos otro medio que el de enriquecernos (en el sentido pecuniario del verbo). Y para hacernos ricos, se nos enseña que el desarrollo es la única vía. Y en un afán por encontrar nuestra propia felicidad, pisamos, quiero creer que inconscientemente en muchos de los casos, la felicidad de los demás, la riqueza de recursos del planeta, la propia supervivencia de nuestra especie y, al final, realmente, ni si quiera terminamos encontrando esa placidez, ese bienestar que nos obsesionamos en buscar.Hay diversos estudios que constatan que a partir de un determinado nivel de renta (el necesario para tener una vida digna), las diferencias en el mismo no se traducen en variaciones proporcionales en el grado de felicidad. A pesar de que en EEUU los ingresos reales se triplicaron entre 1950 y 1990, en esta última década la satisfacción con los ingresos de las y los estadounidenses era menor que en aquella. La depresión lleva camino (y corto) de convertirse en la segunda causa de discapacidad laboral en el mundo.
Nuestros representantes políticos se atragantan casi de repetirnos hasta la saciedad que Canarias necesita (y ellas y ellos son los apropiados brazos ejecutores) políticas y modelos de sostenibilidad, fórmulas de turismo respetuosas e innovadoras, protección de sus altos niveles de biodiversidad, y los medios se encargan de hacernos llegar obsesivamente este mensaje de forma que hemos dejado de tener criterio, hemos dejado de forjarnos opinión. Creemos en ellos como si estuviéramos persiguiendo un péndulo con nuestras pupilas. Es fácilmente constatable, sin embargo, que en Canarias cada vez hay más litoral ocupado e impactado, más masificación del territorio, más vulnerabilidad de la biodiversidad, menos protección y apoyo al sector primario, base de un sistema de producción y consumo saludable, más empobrecimiento cultural, menos cohesión social, más paro, más desigualdad, …, y eso que nunca hemos dejado de “crecer” en las últimas décadas, embarcados en el tren globalizador del capitalismo, del sistema de mercado que favorece los intereses de las grandes empresas multinacionales. Y nos llegó la crisis y nuestro único interés es buscar denodadamente las soluciones que permitan continuar con el manido esquema desarrollista de siempre.Tenemos derecho, es más, tenemos obligación de plantearnos la vida de otra manera, saber que hay y buscar otras opciones de desarrollarnos (ahora sí) como seres humanos. La clave es MENOS (según clases sociales, claro está). Es necesario que adoptemos un radical cambio de mentalidad por el cual olvidemos nuestra percepción cuantitativa de nuestros bienes y logros personales, para adoptar un discernimiento cualitativo.
Nuestro obligado, necesario y reconfortante decrecimiento debe sustentarse, como nos enseña Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Autónoma de Madrid, en seis pilares.
La propuesta alternativa se basa primeramente en la simplicidad voluntaria (desear vivir con menos, consumir de forma responsable, y hacer examen de la propia vida determinando lo que es importante y lo que no), para dar paso a una defensa del ocio frente al trabajo obsesivo, y a una vida social que prime por encima de la lógica de la propiedad y del consumo ilimitado. Y saliéndonos de la esfera del individuo, deben reducirse las dimensiones de las infraestructuras productivas, las organizaciones administrativas y los sistemas de transporte. Ahondando, debe primar lo local sobre lo global y corresponde aplicar políticas activas de redistribución de los recursos.En contraposición del “creced y multiplicaos”, se postula indefectiblemente una sociedad en la que prime la calidad sobre la cantidad, la cooperación sobre la competición, y la justicia social sobre el economicismo. Debemos hacer de la convivencialidad nuestra filosofía de vida. Y por fin, después de tanto experimento fallido, después de tanta actitud obsesiva, convencernos de una vez que la felicidad no la hace el dinero y el consumo, los “bienes materiales”, sino que sólo podremos adquirirla y disfrutarla a través de “bienes relacionales”, a través de la relación con las otras y los otros, a través de la alegría común.
Pablo Martín-Sosa Rodríguez, miembro del Comité Local en El Rosario de Alternativa Sí se puede por Tenerife, biólogo marino e investigador del Centro Oceanográfico de Canarias.